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8 febrero, 2022

Soluciones armadas

Nada resulta más inoportuno e indeseable que la guerra. No en este momento, sino en todos los anteriores que ha vivido la humanidad y que la han arrojado, con desgraciada frecuencia, al dolor, el miedo y la soledad de los campos de batalla. Se suele olvidar cómo empezó la escabechina, cuando esta ya progresa adecuadamente, y llegados a esas alturas lo que se impone, más allá del horror y el espanto que cada cual administra y enfrenta como mejor puede, es el afán de supervivencia. Este conduce a la necesidad de doblegar al enemigo, y si eso no es posible a hallar el modo de estipular una tregua, y si esta no se concede a ponerse a salvo huyendo del matadero donde restallan los disparos.

Este último remedio, el menos épico, es el que en no pocas ocasiones se han visto obligados a abrazar los combatientes que en algún momento se dejaron arrastrar por la borrachera bélica. También algunos de esos que tienen buen cuidado de no pisar la trinchera y que suelen decidir la ruptura de las hostilidades. Tal vez no estaría de más que quienes coquetean con las soluciones armadas pensaran en las ofensivas que terminan en desbandada o rendición. Tenemos ejemplos recientes y aleccionadores, desde la capitulación de ETA, tras medio siglo de guerra estéril, hasta la retirada occidental de Afganistán, tras intentar en vano durante veinte años implantar por la fuerza un régimen con el que hubiera mejor sintonía que con los estudiantes islámicos que han vuelto a apoderarse de su gobierno, sus recursos y sus gentes.

Lo cuenta muy bien Ramón J. Sender en Imán, una de sus mejores novelas y quizá también la mejor que se haya escrito en España sobre la guerra de Marruecos y la guerra en general. Su protagonista, Viance, un soldado de leva alistado en un ejército que se cree capaz de reducir militarmente a un pueblo pobre y atrasado, tiene que correr durante más de cien kilómetros para salvar su vida, tras la ominosa derrota que sufren los suyos a manos de los rebeldes rifeños. En medio del desastre, el fugitivo reflexiona así: «Todos son culpables, porque un hombre es igual a otro hombre, y si uno dice que sí otro puede decir que no. El caso es que todos han dicho que sí, y ahora van todos pidiendo un tiro en la cabeza, que no les sirvió a su tiempo para hablar palabras razonables».

Sobrecoge ver que cien años después siga siendo tan fácil para un hombre, o para unos pocos, movilizar a decenas de miles y arrimarlos a una frontera donde otros acumulan a su vez armas. Como si nada resultara más deseable que la colisión.

(Publicado en diarios del Grupo Vocento el 1 de febrero de 2022).

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