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15 marzo, 2018

Por suerte, los lectores

Cuando las cosas fallan, en la vida y en el mundo, es bueno tener a donde volverse para encontrar algo que funciona, que reconforta, que no defrauda. En días en que alrededor estalla el ruido inútil alrededor del dolor de las personas—no para mitigarlo o respetarlo sino para replicarlo en versiones degradadas, expandirlo y aun agravarlo—, en días en que otros comportamientos individuales no están a la altura de la confianza que se puso en ellos, consuela encontrarse con la presencia reparadora de los lectores. De esos lectores que hacen lo que Unamuno llamaba leer «desde el hombre de dentro», y que en tal condición eran reconocidos por el gran escritor vasco y español como coautores de la obra literaria, porque, como bien dice en Cómo se hace una novela, quien así lee se dice a sí mismo lo que está leyendo, que pasa a ser tan suyo como de quien lo escribió.

 

 

La semana ha sido, para el que suscribe, pródiga en esos encuentros. Comenzó el lunes con los alumnos de los centros de enseñanza de la isla de La Gomera, que convocados al Congreso de Jóvenes Lectores y Escritores organizado por la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, en colaboración con el festival Tenerife Noir, expusieron sus experiencias de lectura activa y creativa a partir de una de mis novelas, La niebla y la doncella, ambientada justamente en esa isla. Buscaron sus paisajes, reescribieron su final, dramatizaron pasajes del texto, rellenaron sus elipsis; incluso se preguntaron sobre quiénes fueron y qué aportaron al pensamiento de los hombres Schopenhauer, Freud o Lacan, citados al paso por el entonces sargento Bevilacqua en sus desvaríos bajo el influjo del sol y la bruma que se disputan eternamente la isla. Todo fue bello, generoso y enriquecedor, y al escucharlos no podía reprimir el pensamiento de que mi obra, quince años después de su publicación, había cerrado un círculo, haciéndose de sus más legítimos dueños: los jóvenes hijos de la isla que fue su inspiradora.

 

 

Continuó la experiencia la noche de ese mismo lunes, con los lectores del Club Braille de la ONCE en Santa Cruz de Tenerife. Unos lectores que afrontaron en esta ocasión Donde los escorpiones, que para ellos es un tocho de varios tomos del que tuvieron la gentileza de regalarme un ejemplar. Viajé a Afganistán para escribir esa novela, y otra, pero también para ver con mis propios ojos la cruda realidad afgana, conocer de primera mano la experiencia de los nuestros allí, y ser en tal calidad unos ojos y unos oídos puestos al servicio de todos los lectores, pero sobre todo de mis compatriotas, para ver y oír una historia que nos concierne y que sin embargo nos ha llegado en sordina, escasa y velada por el desinterés en contar y saber lo que ocurre en esa grieta por la que sangran el siglo y el mundo. Y qué puedo decir sino constatar la mirada profunda, tan desde dentro como pocas otras, de quienes no pueden ver con los ojos, y se han hecho a ver con la inteligencia y el corazón. Hubo varios que me dieron la máxima recompensa posible para un escritor: transmitirme la sensación de que habían hecho de mis libros su casa, de mis historias un trecho de la historia de sus vidas. Uno no debería escribir para nada más que eso. Lo demás es tan rigurosamente accesorio…

 

 

El miércoles aún hubo más: recogí por la noche el premio De Pura Cepa, que entrega TVR (Televisión de Rioja), en compañía de personas a las que admiro tanto y desde hace tanto como José Sacristán o Mikel Erentxun. Recibir un premio en La Rioja es para mí sentirme nuevamente abrumado. Allí tuve mi primera experiencia como autor recompensado con el privilegio de llegar a los demás, a los lectores desconocidos. Fue hace veinte años, cuando en el festival Actual de 1998 se me acercó un grupo nutrido de personas que había leído La sustancia interior, entonces una novela marginal, de un autor ignoto y publicada por una pequeña editorial sin recursos publicitarios. Yo creía que mi invitación al festival era una especie de malentendido, que alguien se había equivocado de escritor, y he aquí que me encontré con que tenía lectores, decenas de ellos. Lectores que han seguido estando ahí, y aumentando, siempre generosos y dispuestos, cuando he ido a Logroño, y que han llegado a decirme que esa novela les cambió su percepción de su propia existencia. Naturalmente no fue mi libro, sino la lectura que esos lectores hicieron de él: cómo se prestaron a leerse a sí mismos a través de una historia que así pasó a ser suya y que a otros, en cambio, pudo dejar indiferentes.

Escribo estas líneas en un tren, camino de Sevilla, donde voy a encontrarme con otro grupo de lectores, esta vez de los clubes de lectura del Aljarafe. Estoy convencido de que volveré cargado de nuevas razones para seguir escribiendo y para estarles agradecido a este oficio y a las hermosas personas de todas las edades y condiciones que me permite conocer; seres humanos con los que aún es posible mantener esa conversación profunda, con el hombre (y la mujer) de dentro que decía Unamuno. Una conversación que nos salva a ellos y a mí de la cháchara aparatosa, somera e irresponsable que ha pasado a descuartizar sin juicio ni piedad todo lo que sucede, y que, tengo que decirlo, cada vez me interesa y me interpela menos.

Me vuelvo una y otra vez a los libros, y a los lectores.

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About Lorenzo Silva
4 Comentarios
  1. Buenas tardes, soy una lectora de la once.Me gustaría agradecerle su amabilidad y cariňo con la que contesto todas las preguntas. Me encantó como nos explicaba los contenidos de sus libros de verdad muchas GRACIAS

  2. Me alegra un montón, a lo mejor por la parte que me toca, de que los lectores reconforten. Sin embargo, a título personal, yo te echo de menos. ¡Hay mucho lobo suelto!

    Un abrazo.

  3. Tus lectores también nos sentimos felices con todo lo bueno que te pase,. Es como si todo los merecidos reconocimientos que recibes fueran un poco nuestro.
    Y ahora me voy a leer que he descubierto que en esta página hay relatos cuya existencia ignoraba .
    Un abrazo

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