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3 febrero, 2019

Tres errores y un exceso ( vidas.zip en @elmundoes )

 

 

Una vez más, te toca ir a hacer tu trabajo, al servicio de la ley, a un lugar en el que no eres bienvenido. Las razones por las que tu presencia no es deseada son diversas. De entrada, no es hacer efectiva la ley, con carácter general, algo que despierte muchas simpatías entre aquellos que se oponen que se cumpla y prefieren contravenirla. Por otra parte, quienes te mandan no siempre han andado espabilados a la hora de decidir cuándo es necesario recurrir al despliegue de fuerza que tu tarea comporta. A eso súmale que quienes te esperan a las puertas de esa prisión llevan décadas recibiendo un bombardeo propagandístico que te convierte en una especie de representante de Belcebú, y que ese bombardeo ha adquirido proporciones apocalípticas a lo largo del último año. Y por si quieres redondear la faena, los presos a los que esta vez te toca conducir lo son preventivos con arreglo a una aplicación de la figura de la prisión provisional que no deja de ser controvertida por su prolongación y por su rigor.

Con todo, tu misión sigue siendo la misma de siempre. La que ya fijaron para estos casos a tus antecesores allá por el año 1845: «Todo preso debe considerarse asegurado suficientemente y que será conducido sin falta alguna al destino que las leyes le hayan dado, así como ellos mismos deberán creerse justamente libres de insultos y de las tropelías que a veces suelen cometerse con ellos». Ni más, ni menos, y a eso te incumbe atenerte.

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Un Comentario
  1. No puedo estar más de acuerdo.

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