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11 octubre, 2023

Un puñado de vidas

A veces los debates se plantean en términos tan generales y abstractos que resulta fácil resolverlos en el sentido que mejor convenga a cada cual, de acuerdo con sus ideas previas. Tal es el suscitado últimamente en torno al juicio que merece la obra de España en América. Para unos, una empresa civilizatoria sin parangón; para otros, un expolio y un genocidio. Depende de dónde se ponga el acento: en los millones de hispanohablantes, o en la riqueza que España extrajo de América y en la terrible explotación que sufrían, por ejemplo, los mineros indígenas que arrancaban de las entrañas del Potosí los metales preciosos.

Frente a estas caracterizaciones gruesas y categóricas, no puede resultar más valiosa la visión alternativa que ofrece Javier de Navascués en su libro Aventureros del Nuevo Mundo. En sus páginas nos propone un viaje a ese fascinante universo que fue la América hispana entre los siglos XVI y XIX, a través de una colección de historias particulares: un puñado de vidas de esos hombres y mujeres, nacidos a ambos lados del océano, que con sus afanes, sus glorias y sus miserias construyeron una nueva sociedad, distinta de la española y también de las que en tierras americanas se encontraron los conquistadores.

Gracias a sus peripecias, comprendemos mucho mejor la complejidad de una comunidad humana en la que gentes de diversos orígenes —con mayor o menor voluntariedad, y no sin episodios de rapacidad o de violencia—, se acabaron mezclando y dando lugar a un fértil intercambio donde el carácter de los pueblos preexistentes no iba a verse aniquilado por la supremacía de los europeos.

Ahí están Alonso de Ercilla, ensalzando la nobleza y el valor de sus enemigos mapuches, o el franciscano Bernardino de Sahagún, que aprendió náhuatl para recoger en su Historia de las cosas de Nueva España la cultura —y la visión del mundo— de los pobladores de lo que hoy es México. En el colegio de San Juan de Tlatelolco, Sahagún y sus compañeros enseñaban ya en 1536 latín a los hijos de la nobleza autóctona, que leían luego a Virgilio o a Plutarco y con ese bagaje defendían los derechos de los suyos.

Con sus sombras, incluso la visión peyorativa de los indígenas como paganos salvajes —que el autor no niega—, la América española fue una sociedad rica y diversa: quizá porque, como bien señala Navascués, los españoles, a diferencia de otros, no dejaron de creer que aquellas gentes eran racionales y tenían un alma que podía redimirse, lo que invitaba a instruirlas y eximía del empeño que otros mostraron en exterminarlas.

(Publicado el 26 de septiembre de 2023 en diarios del Grupo Vocento).

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