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13 noviembre, 2020

Día de las librerías (y un regalo)

Se celebra este viernes 13 de noviembre el día de las librerías. No es este año una celebración cualquiera: ha sido un ejercicio duro para todos, pero más aún para quienes intentan vivir de un comercio abierto al público a pie de calle. Y si lo que ese comercio vende es un producto que muchos —erróneamente a mi juicio— no consideran esencial, mayor es en estos tiempos el peligro de que acabe desapareciendo.

Por eso me gustaría invitar desde aquí, a todos los que puedan, para que hoy saquen un rato para acudir a una librería y procurarse la lectura que les resulte apetecible o pueda apetecer a otro a quien quieran hacerle un regalo. Por eso celebro que este año, por razones más accidentales que previstas, el día de las librerías me pille con cuatro títulos recientes en sus mesas de novedades: El Solitario (escrito con Manuel Marlasca), El mal de Corcira, Diario de la alarma y, aunque no con mi nombre, por razones que ya expliqué aquí mismo, Y te irás de aquí. Será muy reconfortante para mí que cualquiera de ellos sea vuestra elección, y contribuya así a sostener nuestras librerías, pero me sentiré igualmente reconfortado si apoyáis a otro autor o a otro editor y, a través de ellos, a vuestro librero o vuestra librera (desdoblamiento de cortesía, porque tras los mostradores hay personas de ambos sexos, lo aviso para los fundamentalistas del lenguaje y los ansiosos por legislarlo, en un sentido o en otro).

Las librerías, como las bibliotecas, son algo más que establecimientos donde se pueden encontrar libros. Son parte medular del tejido cívico de una comunidad. La calle o la ciudad donde hay una librería o una biblioteca es más civilizada. La calle o la ciudad donde nadie despacha ni presta libros vive más expuesta a la barbarie. Si no habita ya, tristemente, en ella.

A mitad de noviembre, no puedo olvidar que el primer objeto en forma de libro y con mi nombre en la cubierta que llegó a las librerías, hace veinticinco años, se titulaba Noviembre sin violetas. Todavía sigue ahí, en ebook y edición de bolsillo, y aunque no será tan fácil de encontrar como los cuatro anteriores, tal vez tengáis cerca un buen librero que lo ofrezca.

Retrotraerme a este libro me hace también regresar al año en el que lo escribí, 1991. No hace mucho descubrí hojeando viejos cuadernos que en ese mismo año, esto es, a mis veinticinco, seguía escribiendo algún poema, o lo que es lo mismo, que el poeta que intenté sin éxito ser sobrevivió más allá de los veinte, a los que creía haberme rendido. Sí es cierto que sobre esa edad dejé de hacerlo de forma sistemática, y a partir de ahí como mucho pudo mi vena lírica dar algún fruto esporádico.

He pensado que podía haceros gracia leerlo. Ha permanecido inédito estos treinta años. Tiene un rasgo común a muchos de mis poemas, que en su mayoría continúan escondidos. Es más bien un «poema novelado», ya advertiréis que no habla del veinteañero que lo escribió, sino de un personaje creado ad hoc. Siempre se me iban los poemas por los cerros de la narración y la fabulación. Quizá por eso me acabé convenciendo de que debía dedicarme a las novelas y dejarme de versos. Os lo regalo.

Y vivan las librerías.

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