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24 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 40

¿El libro de este Día del Libro?

23 de abril – La prisionera

Hoy es el Día del Libro y se cumplen cuarenta de confinamiento. Ahora sí que podemos decir que hemos hecho una cuarentena de verdad, como las medievales. El encierro alcanza así una cota significativa, como significativo es que una fiesta que suele celebrarse con presencia multitudinaria en la calle, sobre todo en algunos lugares, como Cataluña, se celebre este año con las calles vacías y todos los convocados —autores, editores, libreros, lectores, paseantes y curiosos— sin otro horizonte que las paredes de sus casas. Para tratar de abrir ventanas en esas paredes se multiplican las iniciativas virtuales. Aunque en realidad no abren ventanas, sino pantallas, que, como meditábamos ayer, uno no sabe si son aberturas al mundo o espejos que nos devuelven, cada vez más aturdida, nuestra propia imagen.

En todo caso, con eso hemos de contentarnos y nos contentamos. Por mi parte, hablo para tres emisoras de radio —en la charla con una de ellas tengo la ocasión de saludar a dos buenos amigos y colegas, Rosa Montero y Domingo Villar—. La conversación versa sobre libros y también, inevitablemente, sobre las muchas rarezas y perplejidades de estos días. Hay quien dice que lee más y quien no puede concentrarse; sin embargo, creo que con carácter general los que somos lectores apreciamos, y de qué manera, disponer de esa válvula de escape que es la lectura. A diferencia de las pantallas, no cabe ninguna duda de que abre ventanas a la mente. Por ellas se llega a menudo a avistar paisajes que la vida nos niega, y que en las condiciones actuales es más que probable que nos siga negando.

Por la tarde, organizada por La Caixa y la Fundación José Manuel Lara, doy a través de un directo de Facebook la conferencia que hubo que cancelar el 12 de marzo  en el Caixaforum de Madrid—y menos mal que la cancelamos, con lo que el virus corría por la capital esos días—. En realidad no es la conferencia que iba a dar, sino una versión reducida, para dejar paso lo antes posible a la intervención de quienes se conectan y tratar de convertir el encuentro virtual en una conversación. La verdad es que funciona bastante bien, sobre todo la parte del coloquio: los participantes plantean muchas cuestiones, y más de una tiene por sí misma la enjundia suficiente para constituir el objeto de una conferencia. Por ejemplo el tratamiento en la ficción, literaria y audiovisual, del conflicto alimentado durante medio siglo por la actividad terrorista de ETA, al hilo de Patria —el libro y pronto la serie— y La línea invisible, la exitosa serie de Movistar+ de la que ya hablé aquí.

Las preguntas al respecto tienden a plantear la que quizá para mí sea la cuestión medular, y en consecuencia el reto al que he dedicado mi trabajo, tanto desde la no ficción —con Sangre, sudor y paz—, como la ficción literaria —con El mal de Corcira, la próxima de Bevilacqua, que saldrá cuando abran las librerías— y la audiovisual —con Rojo 30, la serie cuya escritura acabamos de terminar para Tornasol y que ahora buscará una plataforma que quiera producirla, si es que alguna quiere—. Esa cuestión no es otra que ampliar el foco de la narración, desde la empatía y la adopción de un punto de vista más situado con los terroristas —terreno en el que suele situarse la ficción audiovisual hasta ahora, incluida La línea invisible— o la exploración del dolor que el terrorismo ha supuesto para la sociedad vasca —coordenadas en las que se mueve Patria, con notables resultados—, al conjunto del dolor que el terrorismo etarra causó, dentro y fuera del País Vasco —el municipio que más golpes mortales recibió de ETA fue con diferencia Madrid— y el papel que los no vascos representaron en la solución del conflicto, singularmente a través de una lucha antiterrorista al principio torpe y desnortada pero que terminó siendo sofisticada y consistente y que es hoy un referente internacional.

Cuando acaba el encuentro, me dicen que han estado conectadas más de mil personas. Todos sabemos que es difícil que un escritor reúna en una conferencia presencial esa audiencia, por no decir imposible. Pese a lo mucho que me cuesta ponerme a hablar para una webcam y lo que estoy llegando a aborrecer la bidimensionalidad, gracias al confinamiento, esa ventaja debo reconocérsela. Cuando termino, y como ya es el cuarto o quinto directo que hago —empiezo a perder la cuenta—, sin contar los vídeos grabados, Noemí le dice a Núria que su padre se está haciendo youtuber. Núria alza las cejas con incredulidad. Por supuesto, y como corresponde a su generación, no sólo sabe lo que es un youtuber, sino que es consciente de la trascendencia social de la profesión, muy superior a la que tiene la que ya sabía que desempeño. Le digo a Noemí que no la engañe, que no le haga concebir expectativas sobre su padre que la realidad va a defraudar.

Hoy Núria ha tenido una de esas genialidades suyas. Nos ha dicho que no le gustan mucho las películas de princesas, que le gustan más las de animales porque no se sabe cómo van a acabar. A sensu contrario, el problema para ella de las películas de princesas es su carácter esencialmente predecible. Siempre van a parar en lo mismo. Cuando le pregunto al respecto, añade: «Son todas iguales, sólo les cambian el color del pelo y el del vestido». Por supuesto, ya había reparado yo hace algún tiempo en el carácter repetitivo de los cuentos principescos. Lo que no había pensado nunca es que las historias de animales, en efecto, funcionan a la inversa: puede pasar cualquier cosa, incluso que mueran personajes principales.

El Gobierno está intentando aclarar lo que sucederá con las salidas de los niños menores de catorce años. No termino de tenerlo claro. Por ejemplo creo haber entendido que Núria podrá sacar la bici que le trajeron los Reyes este año, y con la  que estaba empezando a soltarse cuando nos confinaron. Lo que no tengo claro es si yo podré montar en bicicleta también para acompañarla o tendré que ir corriendo a su lado, cosa que me va a obligar a emplearme a fondo, porque ya iba cogiendo una velocidad considerable. Esperemos que de aquí al domingo nos den pautas más claras al respecto. Si no, me veo corriendo con la lengua fuera.

Especialmente extraño es el limbo en el que quedan los mayores de catorce y menores de dieciocho. Se nos dice ahora que pueden ir a la farmacia o al supermercado —ellos solos— con autorización de los padres. También que pueden sacar a sus hermanos menores —se sobrentiende que también solos con ellos— con esa misma autorización. Por cierto que no se dice cuál es el formato, o qué solución nos dan a los que nos hemos quedado confinados con una impresora con el cartucho de tinta agotado —sí, ya sé que puedo pedir el cartucho a Amazon, pero es que hace tiempo que no imprimo nada, era algo a lo que había preferido renunciar—. ¿Se le puede hacer una autorización digital y que la lleve cargada en el teléfono? La verdad, se entenderá que a uno no le apetezca dejar salir a su hijo menor de edad sin un salvoconducto seguro en caso de requerimiento o identificación policial.

La cuestión me preocupa porque en casa tenemos a una adolescente comprendida en el tramo de edad fatídico, Judith, que no cumple los dieciocho hasta noviembre. Hasta aquí, con sus altibajos, como todo el mundo, ha llevado el encierro con una admirable resignación. Ayuda con su hermana, busca como entretenerse y sólo hace unos días nos ha pedido una videoconsola, que se ha comprado de segunda mano, para tener una distracción suplementaria. A ella lo de ir sola al Mercadona —no digamos a la farmacia— no le atrae especialmente, tampoco a su madre o a mí nos hace demasiado felices despacharla a un posible foco de contagio, y ante las dudas que se suscitan tampoco vemos lo de dejarla salir a cargo de su hermana pequeña. Como resultado, a falta de perrito-pasaporte y después de cuarenta días encerrada, sigue sin tener una opción segura y apetecible para salir a oler y pisar la calle.

En broma le digo que es nuestra prisionera, y al hacerlo recuerdo, ya que hoy es el día del Libro, La Prisonnière, la quinta novela del ciclo de la Recherche de Marcel Proust. Recupero el ejemplar de mi biblioteca y releo su comienzo. En él, me llama la atención una frase: «Ce fut de reste surtout de ma chambre que je perçus la vie extérieure pendant cette période.» O lo que es lo mismo, en la traducción española de Consuelo Berges: «En aquella época yo percibía la vida exterior sobre todo desde mi cuarto».

Es una buena descripción no sólo de la vida en estos cuarenta días de Judith y tantos adolescentes, sino de todos nosotros. Y que hace pensar en las distorsiones que en la percepción de la realidad produce tenerla solamente desde el encierro. El protagonista de la novela de Proust se guía sobre todo por los sonidos de la calle; nosotros, por lo que nos muestran las pantallas. Tengo la sensación de que su fuente era mucho más fiable que la nuestra.

La prisionera del título es Albertina, la amada del narrador, de la que este reconoce que en el enclaustramiento acaba cansándose. También ella termina, y uno no puede dejar de comprenderla, harta de él. Al final es Albertina la que se marcha, pero poco antes el narrador se representa el momento de la liberación. Lo transcribo aquí, para alentar la esperanza de Judith y la de todos nosotros:

La résignation a rester dans ma chambre, à ne pas voyager, tout céla était possible dans l’ancien monde où nous etions la veille encore, dans le monde vide de l’hiver, mais non plus dans cet univers nouveau, feuillu, où je me m’étais éveillé comme un jeune Adam pour qui se pose pour la première fois le probléme de l’existence, du bonheur, et sur qui ne pèse pas l’accumulation des solutions négatives antérieures.

O, según su traductora española:

La resignación a quedarme en mi cuarto, a no viajar, todo esto era posible en el antiguo mundo donde estábamos todavía la víspera, en el mundo vacío del invierno, pero ya no lo era en este universo nuevo, frondoso, donde me desperté como un joven adán al que se le plantea por primera vez el problema de la existencia, de la felicidad, y sobre el que no pesa la acumulación de todas las soluciones negativas anteriores.

Esperemos que ese día no tarde mucho en llegar. Entre tanto, a la autoridad competente: a ver si provee para Judith —y la gente de su edad— alguna solución mejor para darse un respiro. Así sea que acompañe al adulto responsable que salga a dar una vuelta con su hermana.

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